A mi madre

A mi madre

A mi madre

Añoro el pan de mi madre,

El café de mi madre,

Las caricias de mi madre…

Día a día,

La infancia crece en mí

Y deseo vivir porque

Si muero, sentiré

Vergüenza de las lágrimas de mi madre.

Si algún día regreso, tórname en

Adorno de tus pestañas,

Cubre mis huesos con hierba

Purificada con el agua bendita de tus tobillos

Y átame con un mechón de tu cabello

O con un hilo del borde de tu vestido…

Tal vez me convierta en un dios,

Sí, en un dios,

Si logro tocar el fondo de tu corazón.

Si regreso. Tórname en

Leña de tu fuego encendido

O en cuerda de tender en la azotea de tu casa

Porque no puedo sostenerme

Sin tu oración cotidiana.

He envejecido. Devuélveme las estrellas de la infancia

Para que pueda emprender

Con los pájaros pequeños

El camino de regreso

Al nido donde tú aguardas.

Mahmoud Darwish

Dicen que nuestra primera madre es la patria. De ser así, Mahmoud Darwish era huérfano. La Palestina de inicios de los cuarenta era una mecha encendida, apurada por el fuego de la ocupación israelí. Antiguos poblados y aldeas eran arrasados y sustituidos por comunas agrícolas o kibbutzim sobre las que se levantó el primer Estado judío. Al-Birwa, localidad natal de Darwish, fue uno de ellos. Desde pequeño, Mahmoud se acostumbró a vivir sin raíces y privado de la savia nutritiva de una tierra propia. Fue refugiado en Líbano, disidente de la causa comunista en Rusia y exiliado en Egipto, Túnez y París; por siempre un “presente-ausente”, tal y como lo reconocía paradójicamente la legislación israelí. Su poesía lleva el sello del exilio pero suena al trino esperanzado de un pájaro obligado a migrar que sueña con el día del regreso.

Canto de pájaro es “A mi madre”, poema que escribió en 1966 durante uno de los múltiples arrestos a los que fue condenado por las fuerzas israelíes tras ser acusado de hostilidad contra su Estado. En él, la pena, la añoranza y el desgarro se confunden con una esperanza que se despereza en el corazón de un hombre que desea volver a ser niño. “Añoro el pan de mi madre, el café de mi madre, las caricias de mi madre”, así brotan las palabras del poeta en un tresillo de pan, café y caricias. Éstos son el oro, incienso y mirra de Oriente Medio; para empezar, el pan es el alimento básico de esta región, acompaña prácticamente a cualquier plato y normalmente no se compra sino que se hornea en el día. De esta tarea se encargan las mujeres de la casa, quienes siguen un ritual tan antiguo que se considera casi sagrado. Tanto como el pan recién horneado inunda de olor una casa árabe el café. Se prepara con mimo y parsimonia, usualmente por la mañana aunque se pueda tomar a lo largo del día, y en su caldo amargo a veces se dejan disolver especias como la menta o el cardamomo. Es dudable que Darwish tomara café cuando era niño, por tanto ese pan, ese brebaje y esas caricias, ¿podrían ser metáforas del mimo con que la patria nos cuida a través de su materia prima?

Día a día, la infancia crece en mí”, pronto obtenemos la respuesta. En efecto, los recuerdos infantiles del poeta no mueren sino que crecen regados por el anhelo de tiempos que fueron mejores y el dolor de una distancia física y temporal que se acrecienta entre él y Palestina. Y deseo vivir, porque si muero, sentiré vergüenza de las lágrimas de mi madre”, la vida de Darwish se resumió probablemente en estos versos, versos en primer lugar de resistencia pero ante todo de supervivencia. Tal ha sido en su mejor versión el espíritu de la causa palestina. Mientras que bajo otras banderas muchos se han dejado morir imponiéndose largas huelgas de hambre o inmolándose, Darwish se aferró a la vida como modo más auténtico de protesta. ¿Acaso hay mejor resistencia frente al abuso que perpetuar la misma existencia e identidad que otros niegan o se esfuerzan por extinguir? Para Darwish, morir sería un acto doblemente cobarde pues abrevaría las lágrimas de su madre que ya provocó con sus múltiples encarcelamientos.

Los últimos versos del poema están tintados de una esperanza que se estremece ante la remota posibilidad del retorno. Si algún día regreso, tórname en adorno de tus pestañas. Cubre mis huesos con hierba purificada con el agua bendita de tus tobillos, aquí el poeta coquetea con una imagen bellísima de una típica mujer palestina, metáfora quizás de su tierra. Para empezar, aunque él renuncia a regresar vivo, incluso tras su muerte su deseo no es otro que diluirse en el espíritu de su pueblo, en sus paisajes y tradiciones. Su anhelo no es convertirse en un héroe nacional (“Tal vez me convierta en un dios, sí, en un dios, si logro tocar el fondo de tu corazón”), sino confundirse con el alma de Palestina hasta ser parte inherente de ella. Ese adorno de las pestañas que menciona es lo que resalta la belleza de sus mujeres, a quienes a veces apenas si se les permite enseñar el óvalo de sus caras. En cuanto a la segunda imagen, posiblemente hace referencia al wudu, ritual de purificación en la tradición islámica por el cual se lavan diferentes partes del cuerpo antes de, por ejemplo, orar o entrar en la mezquita. Los tobillos es la última parte que se purifica empezando por la punta de los dedos. Bajo ese suelo regado por el goteo del agua bendita deseaba Darwish ser enterrado.

Es sacrílego intentar encerrar en palabras la belleza del poema, por lo que concluiremos aclarando tan sólo algunas de sus últimas imágenes. Los mechones de cabello podrían hacer referencia a los peinados tradicionales de las mujeres palestinas, así como el hilo de sus vestidos. Los bordados palestinos de formas geométricas son muy llamativos y hasta el día de hoy son un símbolo de la pervivencia del espíritu nacional, sobre todo porque requieren un trabajo artesanal arduo y minucioso que se ha transmitido de generación en generación a lo largo de siglos. La cuerda sobre la azotea recuerda a las terrazas de sus casas, rayadas por tiras y tiras de nailon sobre las que se deja secar la ropa al calor del sol poniente. El poema cierra regresando al principio, esta vez con la voz de un niño viejo y cansado que ya tan sólo desea ser leña para avivar el fuego del horno de su madre o pájaro para regresar libre al nido de la infancia.

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